Proponer la conversa de la cultura conuco como una opción cultural puede parecer (como de hecho ha sucedido) ridículo, risible y fuera de lógica, pero no sólo eso: puede ser aún más descabellado teniendo como parámetros los inmensos avances tecnológicos que ha creado la guerra. Pero al proponerlo como una conversa tenemos la certeza de que miles de propuestas se pueden hacer, unas serias, otras tal vez no, pero todas con cabida en este tiempo histórico donde muere el compendio cultural humanista.
Cuando proponemos la conversa lo hacemos convencidos de que antes muchas otras se han propuesto, lo cierto es que ninguna ha dado en el clavo, ni las que desaparecieron por la fuerza de la evidencia de su no pertinencia, ni las que enfrentaron con todo su heroísmo, sacrificio y martirologio al capitalismo, y entendemos que no fue por falta de voluntad, inteligencia o audacia de los luchadores y pueblos que nos antecedieron, sino por las condiciones materiales en las que se desenvolvieron como sociedad histórica.
Hoy en el marco de esta revolución se nos hace posible pensarla en el sentido de que un sólo sistema y cultura copó al planeta, poniendo en práctica todas las tecnologías, religiones, métodos de ciencia y modelos productivos; todos con éxitos en sus distintos ámbitos, pero inútiles para comprender que el hambre no puede ser infinita en un planeta finito, que no es posible comernos a todo el planeta sin las consecuencias de la desaparición de la especie.
La propuesta de la cultura conuco que hacemos no está masticada, no es una receta: son las inquietudes de un equipo que tiene más interrogantes que certezas, inclusive, el método no está elaborado, debe constituirse en el marco de los haceres que genere la conversa.
Las contradicciones del humanismo le conseguirán su muerte. Es por esto que ocurre una revolución, donde se coloca sobre la hoguera toda la institucionalidad que le hace posible, toda estructura, todo concepto; todo será tocado por la revolución, no quedará nada sin cuestionar.
Toca a nosotros los pobres, como papel histórico, abandonar toda esperanza, toda nostalgia, todo deseo de satisfacer lo perdido o no obtenido en el pasado, dar por terminado el contrato como esclavos sin reclamar retroactividad por el simple hecho de que para obtenerla debemos trabajar más y oxigenar al capitalismo; entendamos que lo perdido, perdido estaba desde entonces. Abandonemos sin ninguna duda al capitalismo, no nos dejemos arrastrar por sus zanahorias de utilería, sus oropeles y marquesinas y dediquémonos a pensar en otra manera de vivir, en donde ni dioses ni dueños, guíen nuestro hacer; donde el conocimiento y la planificación sean una constante de la cultura por pensar, diseñar, construir.
La propuesta de la cultura conuco se sostiene en el entendido de que ella no es posible en el marco del humanismo, por cuanto dos culturas no pueden coincidir en un mismo territorio y tiempo histórico social sin que una someta a la otra, usándola como esclava o subsidiaria, por cuanto una cultura se desarrolla y constituye a partir de su modo de producción, y el modo de producción capitalista, sostén del humanismo, no es posible sin el sometimiento de toda otra cultura, de todo otro modo de producción.
La cultura del conuco pudiera entender la relación con la tierra a la inversa del humanismo, incluso el término "inverso" debe ser discutido en este contexto, porque no somos hijos, no somos hermanos: somos también la naturaleza, una partícula, una especie, un cabello de la naturaleza que somos. El humanismo la entiende en términos militares, lo que se tiene como inerte para ser usada, lo que se controla, lo que se somete y debe obedecer, lo que se domina, lo que se esclaviza y no tiene más valor que el de cambio, la que se usa en función de la acumulación de la riqueza y se le diseña políticamente con ese objeto, es una mercancía más, un hecho económico, un botín objeto del robo y el crimen tal y como ocurre hoy con todo el planeta.
Es una decisión política, siempre la tierra para el humanismo ha sido una mina. La tierra en el capitalismo no está concebida como productora de comida, por el contrario, se le asigna el papel de la ociosidad, cuando no de mina; una decisión política que obliga a la eliminación cultural del ser y lo convierte en alienado, para ser usado por la fábrica, negándole la existencia y convirtiéndolo en pieza de la gran maquinaría capitalista mundial.
Es también una decisión política la tenencia de la tierra. Sólo la obstinación de vivir hace posible que millones de personas en el planeta produzcan comida con el método conuco, en donde la inversión es una unidad energética y se obtiene como mínimo dos unidades, con altísima eficiencia, aún en toda su precariedad, en sitios inhóspitos, de difícil cultivo donde fueron arrinconados indígenas, africanos, asiáticos, todos trabajadores del campo para que el humanismo como terrateniente ocupara las mejores tierras del planeta. El capitalismo en su devenir guerrero se fue alimentando de diversas culturas, quedándose con lo que le servía de cada cultura.
La tierra para el terrateniente en la cultura capitalista no es necesaria para la producción de comida, sino para mantenerla ociosa o produciendo drogas, combustibles y forrajes que contribuyan al sostenimiento tecnológico de la fábrica, pero además les sirve para mantener a los obreros amarrados al tren del aparato fabril por el simple hecho de que si la tierra se usara para producir la cultura necesaria, el aparto de producción sustentado en la explotación desaparecería, en tanto que trabajar la tierra se convierte en un hecho cultural radicalmente distinto a la explotación, pues crearía conocimientos que pondrían al desnudo todo el aparato militar productivo actual.
La cultura del conuco no se debe concebir fuera de la tierra, se debe sustentar en la tierra, fundamentalmente en la biósfera. En la cultura conuco la comida no existiría como mercancía, se vería solamente como energía necesaria de los conuqueros para constituirse como creadores permanentes, en donde la planificación y el conocimiento no sean producto de la prisa, sino consecuencia de la trascendencia del ser, que entendiéndose como ser histórico y memoria colectiva, se asume en el todo, con todos, sin las odiosas separaciones conocidas en el marco de la cultura humanística.
La producción de comida en Venezuela nunca fue diseñada para el autoabastecimiento, siempre fue en función de los intereses transnacionales.
El decrecimiento de la agricultura en Venezuela empezó a partir de 1914 con la aparición de la cultura petrolera. Impuesta por los gringos. Antes de eso toda la actividad económica del país se sustentaba en el campo; claro que siempre en función minera, nunca como soberanía, todo lo que se producía era para la exportación: caña, añil, ganado, café, cacao, otros.
Los conucos del pobre resolvían el hambre de las guerras, pero además sustentaban una cultura marginada que permitía la comida del pobre, la adquisición de su conocimiento, la creación artística, la arquitectura, la producción de sistemas de transporte acuático, resolver las enfermedades, pero, por encima de todo, los constituía éticamente para el desprendimiento.
El pobre sabía que los dueños robaban, que los militares asesinaban, que los políticos eran rapiña, sin embargo el pobre decía "limpio pero honrado, pobre pero digno". Pero con la llegada de la extracción petrolera toda esa cultura fue desapareciendo e imponiéndose la cultura gringa, ordinaria y grosera, que permeó todas las clases sociales hasta llegar a ser este mezclote enfermo que somos y que generó esta revolución que nos permite estudiar y planificar la otra cultura en donde las bases éticas de la cultura conuco nos ayude a constituirnos, a sembrarnos, a ser gente orgullosa de ser de un territorio, que no imita sino que crea, que construye, que vive en armonía con el resto de la naturaleza.
A las transnacionales agroindustriales no les importa si se produce o no comida, a ellos sólo les interesa vender maquinaria, abono, fertilizantes, semillas, equipos, venenos; con eso se encargan de extraer plusvalía a cambio de objetos, sin mayores esfuerzos. La cultura conuco debe crear su propia tecnología, debe saber usar la energía necesaria sin malbaratarla, partiendo del principio de que las energías no se acumulan, sólo se consumen, que nosotros somos, como especie, seres energéticos y por tanto en la medida en que malbaratamos la energía nos malbaratamos.
Un país mina como fue concebido Venezuela no debe producir comida, no está previsto que invierta en producción de comida. En el marco de la revolución estamos obligados a pensar y diseñar no sólo la comida sino también la otra cultura, esto indica ser radicales en el pensamiento y audaces en la acción.
La cultura del conuco no debe repartir ni distribuir riquezas, porque su objetivo no es producirla, no es cierto que porque tengamos más seremos mejores o estaremos más cómodos, por el contrario, mientras más tengamos como cultura más pobres seremos como gente, la cultura conuco no es el humanismo, no se sostiene en las premisas del hambre, el miedo y la ignorancia; es el conocimiento y la planificación colectiva lo que nos sostendrá como sociedad, el pensamiento sustentado en las soluciones mágico religiosas quedará como entelequia en los anaqueles de la historia.
La cultura conuco no debe enfocarse sólo en la producción de comida, sino en la construcción de una forma distinta de vernos como parte de un territorio, donde nos demos la importancia real que tenemos como habitantes del mismo, es la construcción del afecto por un país territorio, ya no más mina.
La cultura conuco no es un método, aunque tendrá uno, la cultura conuco no es una parte del capitalismo, ni su sostén alimentario, la cultura conuco debe ser un todo, es un concepto sustentado en las infinitas variantes de la vida, no se mueve en el mundo estático ni el maniqueísmo religioso de lo bueno y lo malo, visto desde la filosofía que nos indica qué se mueve y qué no, cuando la realidad nos dice lo contrario.
La destrucción de la autoestima de un pueblo mayoritariamente campesino fue parte de la política de desplazamiento del campo a las ciudades. En Venezuela, por ejemplo, no existe un sujeto más ridiculizado, ninguneado y despreciado que la figura del campesino, antiguamente como esclavo y luego como mercancía que sólo debe servir como mecanismo productivo, como generador de plusvalía en el marco de la cultura minera petrolera, que necesitaba de esa mano de obra para sus fines; cultura que impone modos, usos y costumbres a través de su aparato de propaganda, y de sus hechuras físicas, la construcción del Estado, la arquitectura, con sus sistemas de transporte, la imposición de una arquitectura (muchos caseríos de Venezuela a partir de los años 40 fueron quemados para imponer el sistema Portland de construcción basado inicialmente en cabillas, zinc y cemento, y rabia con odio) y la destrucción de otra (sustentada en madera, barro, paja, palma y afecto); así mismo ocurrió con la comida, el calzado, el vestido, la diversión, el arte.
De ahí que el conuco sea visto por cualquier sector político, sin importar su tendencia, como una aberración, y se expresen de la forma tan despectiva como lo hacen. Sin importar qué experimentos de pueblos enteros demostraron que es mentira que la industrialización de la comida sirva para alimentar, a no ser que fuera para dar de comer a ejércitos en el marco y la lógica de la guerra.
Toda la producción de comida del planeta a través de la agroindustria es para sostener al ejército fabril que hace que la fábrica se mantenga en movimiento, nada de la producción de comida a gran escala está diseñada para alimentar, sino para sostener la esclavitud de la fábrica.
La cultura conuco se debe sustentar en la biósfera (capa vegetal), no en la litósfera (subsuelo). Esta especie que somos no surgió de las profundidades, siempre habitó en la biósfera; la cultura por construir debe tomar en cuenta este hecho natural para constituirse conceptualmente, no debemos repetir o seguir los patrones del capitalismo, que como cultura se vio obligada a vivir de la litósfera porque el hambre, el miedo y la ignorancia obligaron a los antiguos a los ataques y defensas, generando una experiencia cultural que ha obligado a pensar única y exclusivamente en los métodos de la guerra como mecanismo de solución a todo problema; no existe en el mundo nada que no se rija por la conceptualidad guerrera, todos los idiomas conocidos y aun existentes están llenos del verbo poderoso.
En este momento revolucionario valoremos las interrogantes, de lo contrario nos quedaremos como los eternos resolvedores de problemas en el mundo mágico, o esperando que el gobierno los resuelva.
Quitémosle lo bucólico al conuco, esa falacia que nos llama a rescatar un conuco de comiquita, bello, precioso, dentro del capitalismo. Entenderlo como un hecho cultural necesario para que la gente sea gente y se pueda sustituir el cadáver del capitalismo.
El capitalismo no se puede combatir. Es la cultura de la guerra; confrontándolo aumentamos sus ingresos, en su lógica siempre lo alimentamos. Lo mantenemos vivo aunque sea entubado.
Ya sabemos que no es el desarrollo industrial, el crecimiento económico, la dependencia de la venta de petróleo, de minerales. Está a la vista que son estafas, que no nos sirven.
Las escuelas, las universidades, la fábrica, todo el andamiaje institucional sólo pueden dar respuestas justificadoras de y para el sostenimiento del capitalismo. No se puede seguir creyendo cuentos de economistas.
Hasta ahora el fantasma del desarrollo, la gran potencia que todos seremos, el crecimiento infinito y la felicidad suprema del capitalismo no son más que mitos; los casos de Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos e Inglaterra en su proceso de deterioro (para nombrar los iconos del capitalismo), son la más grande demostración de que este sistema nunca ha sido tranquilo.
La ciudad no produce poesía desde el punto de vista de la ternura; en la ciudad hay grito, rabia, soledad enferma. Odio. En el conuco, en cambio, nadie está sólo.
El indígena y el africano traen un conocimiento ancestral de esta cultura del conuco como una cosmogonía, nosotros no tenemos sino algunos datos de esto, lo demás lo conocemos de la mano del invasor muy plagado de su ideología.
La cultura del conuco se compone de otra ética, que no es la del saqueo y el crimen que nos invadió, por el contrario, nada es desecho, a nadie desprecia. La cultura conuco fortalecerá una ética sustentada en el trabajo no esclavo, que debe ser practicada como conciencia en el colectivo; en el respeto a lo diferente, a lo distinto, una ética del cumplimiento, una ética para la alegría, incluido el llanto, una ética que asuma las mayorías, no para su uso, sino para su desalienación como sujeto político, una ética para lo transparente, una ética que no manipule en nombre de nada ni de nadie, una ética que acepte más allá de la tolerancia, una ética que solucione más allá de las salidas, una ética que no se sustente en "el fin justifica los medios" sino que asuma que fin y medios son parte del devenir; en fin, que se promueva una ética que tenga como norte la vida en su constante andar, sin las odiosas separaciones, una ética donde la compra-venta no sea intermediación de quienes la practican.
El conuco no salva ciudades, se traza en paralelo, como cultura de vida que no desecha, no trafica, no compite, no violenta en autopistas y calles infinitas de basura, drogas y desperdicio.
Somos un pueblo en revolución, con un Estado y un directorio revolucionario favorable a la posibilidad de experimentar; nosotros no podemos darnos el lujo de esperar el absoluto deterioro del capitalismo para ponernos a pensar en la otra cultura, es irresponsable históricamente. Todas las revoluciones anteriores, en nombre del proletariado, no pudieron dar respuestas a la creación de otra cultura por el simple hecho de que en su tiempo histórico, estas discusiones no estaban a la orden del día, porque los dirigentes estaban convencidos de que podían manejar mejor el aparato de producción en nombre de darle de comer a los pobres, darles casas, estudios; no podían entender que los pobres no nacemos, se nos hace.
En este hoy, con el avance de las luchas de los proletarios del mundo, hemos podido comprender en el marco de esta revolución actual que el problema no somos los pobres sino la cultura que nos genera y que en todo caso somos la solución porque estamos en capacidad de crear y diseñar y construir la otra cultura. El conuco no es sólo un modo de producción que nos dé comida, debe ser visto como un sistema global en donde casa, escuela, calzado, vestido, poesía, canto, herramienta, obedecen a necesidades creadas desde el conocimiento y la planificación. El conuco en sí mismo es escuela, trabajo, forma de encuentro; no las provee de forma aislada, esas instituciones como las conocemos no tienen cabida en él.
En política por primera vez en la historia se puede conversar sobre un modo de producción que sustente y se sustente en lo colectivo como un hecho cultural. El signo de esta revolución, la participación protagónica, abre todas las compuertas y brinda todas las posibilidades para avanzar en esta discusión, en este pensamiento y en esta práctica de poder vivir de otra manera más amable que hemos dado plantear como la cultura del conuco.
En el conuco no tiene cabida la diplomacia (la palabra que miente) porque nadie tiene la necesidad de engañar a nadie, no tiene cabida la guerra porque no habrá necesidad de asesinar ni saquear a nadie por el simple hecho de que ese crimen llamado la propiedad privada no es necesaria en donde todos trabajan para todos en el entendido de ser colectivo cultural, y no individuo.
El conuco puede ser una cultura en donde en vez de ser depredadores podemos ser conscientemente reguladores naturales. En el conuco no cabe el robo, ni el crimen. El conuco es un hecho colectivo de un hacer juntos, y con una abundancia que permite comer a todos, sin miedos, hambres o ignorancias.
Es un planteamiento desde y para la clase, aunque nosotros no vivamos en esta cultura del conuco, no debemos ambicionar vivir en ella, aunque no seamos colectivos, somos individuos queriendo aportar a la creación y experimentación que tribute a la misma, somos individuos en revolución, no sólo luchando para evitar que la burguesía se recomponga como clase absolutamente poderosa, sino también juntándonos para pensar, imaginando lo colectivo como dato cultural. El pensar nos mantiene vivos dentro del capitalismo en revolución, porque permite la posibilidad de lo otro, mientras pensamos estamos fuera del capitalismo, cuando dejamos de pensar, nos devolvemos a su rutina, a su costumbre, a su alienación.
El Estado actual, dirigido por el Directorio Revolucionario, debe financiar el proceso de crear pensamiento sin esperar nada a cambio, como no sea el diseño de otra cultura en donde él también se transforma o desaparece, dando paso a otra forma de relacionarnos, donde el estado deje de ser el árbitro de los burgueses y el represor histórico de la clase pobre (para lo cual fue creado hace ya un buen tiempo).
La experimentación permite que en la vida práctica se generen datos desde el hacer, que nos regulan, nos hacen conscientes de que no debemos joder al otro, ni endilgarle nuestro trabajo, hasta que se construya una ética que luego se convierta en un hecho automático que sin pensar se reproduzca esa ética.
El conuco como cultura de creación permanente
Desde la aparición del capitalismo como modo de producción y relación en el planeta han desaparecido millones de culturas, como espacios acuáticos, vegetales, minerales, animales, empobreciendo el entorno de la especie conceptuada como humana, porque la necesidad del capitalismo es expandirse al infinito en un planeta finito.
Una de estas culturas es la cultura del conuco, un modo de producción que no requiere tecnología externa, que aún cuando use energía externa al cuerpo nunca sobrepasará su uso o la malbaratará.
El conuco permite comida y trabajo limpio: su principio es no usar más allá de lo que se necesita para recuperar la inversión de la energía.
En el conuco invertimos una unidad energética y obtenemos dos. En el capitalismo invertimos tres y obtenemos una. Lo que pasa es que en el capitalismo las consecuencias de esa ineficiencia no las paga el dueño, las paga la sociedad y la naturaleza.
El conuco es solidario; el capitalismo, competitivo.
El conuco produce casa, alegría, música, baile, pintura, poesía, escultura, teatro; el capitalismo lo saquea y lo hace mercancía. El conuco jamás se estanca, siempre está naciendo, siempre está en movimiento más allá de la banda ancha. El conuco no va a la guerra.
Las casas del conuco nunca acumularán odio o rabia, jamás se peleará por herencia, la propiedad será una entelequia porque el conuco es por todos y para todos. La cultura del conuco es para el agua y los vientos, para el fuego y la tierra. La cultura del conuco es para que el trabajo no sea esclavo, para que el vestido y el calzado sean una fiesta su hechura.
En el conuco, el hambre, el miedo y la ignorancia no tienen cabida, como hoy, en la cultura capitalista. En el conuco la tecnología no esclaviza, en la cultura del conuco todos los seres tenemos relaciones armónicas, nadie compite con nadie, todos participan, cada quien tiene su lugar, incluidas las piedras y los árboles caídos.
Un país de conuco no le hace falta el amor como trampa para ser nombrado.
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