VAMOS JUNTOS A PENSARNOS
Encuentro Filosófico de los Pobres.
El ejemplo vivo en el cuerpo.
A partir de 1989 descubrimos que no éramos un país;
que a pesar de tener una constitución, un himno, un escudo y una bandera, sólo
habíamos sido una mina conectada a la historia de Europa primero y a Estados
Unidos después.
Los pueblos pueden destruirse o ser destruidos de mil
formas por diversos intereses; pero siempre dentro de ellos se protegerán la
ternura y la dignidad para días propicios. Para cuando dejemos de ser el minero
que somos, podremos valorar este tierno legado que la tierra nos heredó por la
vía del cuerpo colectivo de los miles que como nosotros se aferraron al
territorio.
Éramos un bandón de gente, buscando gente, Andábamos
por todo el país, recorriendo calles, de barrios miserables, caseríos de orilla
de carreteras y copitos de montañas, donde nos había arrinconado el
terrateniente, y la voracidad del capital, rumiando la rabia, siempre ahogada
en violencia, droga televisiva y física, mirándonos hacia dentro, doliéndonos,
buscándonos, como gente con raíz, preguntándonos ¿dónde está ese amoroso
territorio que el cuerpo nos dice desde lo profundo que existió, que existe o
puede existir?, porque el minero, el imitador, el que siempre quiere irse del
territorio, el de las prosperidades y los desarrollos y los progresos, el que
siempre quiere ser o compararse, con lo llamado primer mundo, se había perdido
en el fragoroso mundo de los papeles estatales y las artimañas de los
empresarios delincuentes, que se chupaban y chupan, apoyados por políticos de
mala maña que entregaban a las transnacionales, toda la materia prima y la mano
de obra barata, que engrosabamos las filas de la pobreza extrema, sin tomar en
cuenta la desaparición de ríos, contaminación de mares, destrucción de
montañas. Dueños que pululaban y aun pululan conspirando desde hace quinientos
años contra la posibilidad de ser país. Propietarios añorantes de lo
extranjero, adoradores de lo otro, odiantes y avergonzados de lo originario
que, por vía de sus escuelas y medios de información, nos transmitieron sus
miedos, sus hambres y sus ignorancias, logrando que todos como pueblo, nos
convirtiéramos en un arreo de consumidores silenciosos de sus porquerías.
Eran los años ochenta, la derrota de la izquierda
había dejado unos retazos de organizaciones, que por un lado habían pactado o
se habían acogido a la rutina de la vida cotidiana del capitalismo, con su
compra venta, y por otro, un sinfín de grupos, que iban desde lo moderado,
hasta la loquetera sin rumbo, que mágicamente, aspiraban a que los gobiernos
cayeran, pero que no tenían un proyecto de país, como no fuera lo imaginado
desde los pegostes ideológicos venidos de Europa, Asia y después, de la
revolución cubana.
Mientras tanto nosotros éramos los desarraigados, los
odiados de siempre, buscando respuesta a tanto abandono, a tanto no querer a un
país, por parte de las élites gobernantes, de sus dueños, legalizados en el
crimen de la propiedad privada, de sus llamados poetas encumbrados, de sus
pintores, de sus músicos, de sus teatreros, ministriles de arepa y ron, con
nombre de vino y caviar, en pulidos salones; de donde después del espectáculo,
eran expulsados y sólo les quedaba la voz del amargo chisme, o cuando mucho el
jalabolismo eterno, en la búsqueda del ansiado premio que los nombre, cayéndose
a piña limpia, por controlar ateneos y casas de culturas o agregadurías en las
embajadas; de sus sindicalistas vendidos al mejor postor, de los gremialistas
defensores de parcelas que les permitían satisfacer sus pequeñas miserias.
Éramos los indígenas y campesinos, expulsados de la
tierra por el terrateniente o las máquinas del progreso y el desarrollo,
transmutados en obreros, deambulando soledades, rumiando incomprendidos
despechos por las calles de ciudades, sin concierto ni armonía. Éramos en
esencia el desarraigo telúrico cultural diseñado por el capitalismo.
Éramos los mal viviendo y comiendo en ranchos,
perdiendo en cada esquina, el baile, la inteligencia a flor de labios, la
gestualidad, la culinaria, la manera del abrazo y el pensamiento calmo,
negándonos como si fuéramos lo indeseable, perdiendo la dignidad en cada gesto,
dándole la razón por un plato de caraotas a quien menos la tenía, fomentando lo
extranjero como una salvación, conciliando los desprecios, con tal y los hijos
salgan de abajo, negando lo interior para ponderar lo foráneo. Éramos una
trulla de gente buscándose así misma, en los caminos de Juan Gregorio Malave,
de Pio Alvarado, de Andrés Rodríguez, de Tomás Montilla, de Guadalupe García,
de Juan Esteban García, de Guillermina Ramírez, de Luis Mariano Rivera, de Luís
Lozada el Cubiro, Dámaso Figueredo, de Pancho Prin, De Pablo la Ñema, de Raúl
Orozco, de Eneas Perdomo de Alfredo Almeida, de Eduviges Molina, del Caimán de
Sanare,de Julio Chacín, de María Rodríguez, de José Ramón Villarroel, de
Aquiles Nazoa, de Otilio Galíndez, que nos seguimos buscando en el alma de El
Cazador Novato, de José Farías, de Chelías Villarroel, de Ignacio Muñoz, de
Asciclo Rodríguez, de Rafael Echeverría, de Margarito Aristiguieta, de Genaro
Prieto, de Manuel Luna, de Francisco Subero, de Gino González, de Carlos
Angulo, de Hernán Marín, de Beto Valderrama, de Ramón Copete, de Gregorio Mota,
de Violeta Moreno de José Gutiérrez, y de muchísimos otros que habitaron y
habitan playas y campos, sosteniendo por encima de todo avatar, la por sencilla,
maravillosa cultura, que puede construirnos como país; porque sabiéndolo o sin
saberlo, estos hombres y mujeres, se encargaron de recopilar la sensibilidad de
un pueblo sano, en ese gesto de no moverse de la tierra, de no pescar en el río
de la ilusión, de creer en sí mismo, de sostenerse, de la raíz del corazón;
cuando nada queda, como única respuesta a tanto desdén. Estas claves nos harán
árbol aferrado con todas las fuerzas a la tierra que con alegría habremos de
volver.
Éramos la horda buscándose en el adentro, venciendo
la vergüenza de mirarnos a nosotros mismos, tratando de saltar el muro
vergonzante de la imitación, el arribismo y la chabacanería, con que se nos
construía, desde la fábrica, la radio, la televisión, las iglesias, los
periódicos, las escuelas; quitándonos los ruidos de la cultura, del divino
hacer, de las bellas artes, de lo sinfónico, del boato y la parafernalia, de
los grandes salones; para darnos cuenta del inmenso saqueo espiritual del que
fuimos y somos objeto por parte de los piratas del arte, tanto internos, como
extranjeros, percatándonos que en vez de exaltarnos, como pueblo, nos hundían
en la miseria intelectual; Éramos la gente, preguntándonos ¿Cuándo fue que una
caterva de académicos, dueños, promotores de espectáculos y seudos artistas; se
dieron a la tarea de, por un lado, ningunear la cultura originaria, conuquera,
pesquera, artesanal, y por el otro robarle lo vendible de ella, sus cuentos,
sus mitos, su música, su artesanía su pintura, desprovista de todo el entorno
colectivo que le hace posible. Éramos nosotros preguntándonos ¿cómo fue que
nosotros mismos aceptamos y nos catalogamos de folcloristas, cultores
populares, dándole fuerza a la palabra del dominador?
Hasta que hicimos posible el 1989. Ahora somos los
pobres en revolución y con el ejemplo vivo en el cuerpo de ese inmenso
congénere, ese convivito, ese que se la jugó en las malas y en las buenas con
nosotros, ese que por nombre tuvo un nombre de los muertos que nos impusieron
los poderosos de afuera, para seguir perpetuándose como clase, nombrándose en
nosotros: Hugo; que de ahora y en adelante tendrá el nombre del movimiento, de
lo que no está quieto, de lo que canta y pinta, de lo que suena y corre, de lo
que moja y seca. Tendrá el nombre de como se nombre la vida en todos los
idiomas y lenguajes de este planeta; cada vez que viaje el agua y el viento, en
cada trueno y en cada luz del relámpago, en esos sonidos y esa luz, será
nombrado, cada vez que se gima, se gruña, o se grite, estará su nombre como
vida, porque nos enseñó a saber que existíamos en un territorio, que no era
visible para los esclavos, que podíamos pensar y planificar como gente. Nos
enseñó que podíamos tratar de tú a tú el afuera.
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