La nueva sociedad nadie la conoce ni la ha
experimentado aún (esto no condena ni convierte en error el accionar de las y
los revolucionarios en tiempos pasados o en la actualidad, aquí o en otro
país), por tanto, nos toca inventar; no es cierto el viejo dicho de que todo
está hecho: esa es la excusa de los cómodos ante las tareas revolucionarias.
Quienes proponemos estos poblados sabemos por experiencia propia que no es
fácil su proceso constructivo, porque en él nos encontramos de manera directa
con nuestros egoísmos disfrazados con palabras solidarias. Nuestra negación al
cambio tapiado con encendidos discursos revolucionarios repitiendo y citando
viejos libros que, siendo verdades, hoy se tornan inútiles si la práctica una
vez más no las comprueba desde el cuerpo trabajador.
Una revolución va más allá de "vencer la enorme
fuerza de la costumbre": es también y por encima de todas las cosas pensar
y repensar cada vez que respiremos un mundo social donde en definitiva ya no
exista, ni en el recuerdo, la memoria del trabajo esclavo. Inventar,
experimentar con el cuerpo la otra manera de vivir. Enterremos sin temor de
toda institución, todo vestigio de la ideología esclava que se disfraza en la
revolución. Juntemos todos los esfuerzos, todos los sudores por dejar de ser lo
que somos. No busquemos salvarnos, transformémonos de una buena vez. No más
religión, así sea de izquierda.
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