Primero fue el verbo, dicen. Después llegaron ellos, los invasores, la basura de verdad, la no reciclable, y lo expropiaron y lo embasuraron todo para volver al hombre desperdicio. Entonces hicieron del verbo, de la palabra: el chisme, la estafa, la traición. No les bastó la corrupción del dinero sino que trascendieron hasta alcanzar tornar putrefacta la actitud humana más noble.
Por no se sabe que revista científica descubrieron que la audición es el último sentido que se pierde en la agonía, entonces urdieron la trama la estrategia e inventaron la trampa y asaltaron los sentidos y le atracaron al hombre la facultad de oír el juego de las aguas, el peso de la vida ante la levedad de la muerte, el verbo del corazón; únicamente para controlar policíacamente el qué dirán y lo que sienten, piensan y rabian los que aún apenas se sostienen en vivir, por sobre la pobredumbre gerencial en la generación Basura Humana de Verdad.
Fueron más allá: traficaron con la sonrisa y el abrazo en las campañas electorales, sembraron la desconfianza en las cosechas, prostituyeron los milagros, empantanaron la fe minaron la amistad, enfermaron las profesiones, desvirtuaron el amor, se hicieron actores y lloraron frente a las cámaras, entonces también putearon el llanto. A partir de allí surgió la suerte del paranoico y del sin credo en la esencia de las ciudades: ver en todo otro al invasor proselitista enmascarado, cuya misión es invadir de descomposición a desechos de mentira para en la alquimia hacerlos Basura Humana de Verdad.
Para esta hora del poema ya no existe la calma. El temor hace la ronda, sometiendo clandestina la honestidad, las edades y los nombres, las direcciones y los bares.
Tal el poder que ha escalado la Basura Humana de Verdad que tocó presidentes con su vara de estiércol y los volvió intriga de alcoba y corrupción. Desde tal altura ya no les fue difícil nombrar secretarias privadas de la vida privada de los jefes, ministros de la seguridad secreta de los basureros políticos; diputados, generales y religiosos mulas de la adicción.
Ya todo, casi todo lo habían colmado y les estaba siendo fácil. Jugaron a la caridad con la tristeza y cambiaron parques, potes de leche popular y tapas de zinc por votos. Y así iban sumando la invasión, produciendo desesperanza para tener como héroes, tragedias que resolver. Luego venderían la imagen de la bondad y el sacrificio.
Quizás tú, o yo seamos uno de ellos en tránsito a la espera de turno en los crematorios donde se derrota los más prístinos sueños de la vida en Basura Humana de Verdad.
Soy el hombre actual
soy el hombre pantalón
el revolucionario licor
el de la palabra a media luz.
Soy la mentira y la derrota
y lo que queda de la crisis.
Soy el hombre actual
una necesidad eterna de estar ebrio
una colección de amaneceres.
un colchón de desperdicios
unas ganas enormes de continuar el circo
Sólo el claxon del aseo urbano es mi despertador
Y a paladas limpia de mi
los basureros
Debían haberme botado a mi
también.
Mis ojos se avergüenzan
de verse en mi mirada
estorbo en mi cuerpo
y mi alma sobra entre los muertos.
Profundizaron más, volvieron Basura Humana de Verdad la verdad y entraron a las casas con la facilidad de la magia sentimental que ofrecen los ladrones, y corrompieron lo sagrado y apuraron la muerte de la infancia a punta de hambre y de promesas; apoyados por la tele y sus secuaces, burlaron la sensibilidad y formaron a casi todo un pueblo en frío, a imagen y semejanza de los dioses del dinero, hasta invadir los huesos de la carne para podrir de fondo y sumarlos irreversiblemente al país que no nos pertenece.
Hay basura humana de verdad, la que no sirve para nada, ni siquiera para que
Hay otra basura, la que debe su existencia a la dignidad de haber servido alguna vez al calorcito de los cuerpos, a la frescura de los días donde hasta su otoño gravitó su más respetable intención. Esa que aún en lo inútil permite seguir sirviendo a un país de todos, esa que espera ser tocada por el viejo hombre nuevo como aquel que entendió sin ambajes la maldición del hombre en su desmedida ambición; y definió los basureros cajas de sorpresas, cuevas del misterio y del asombro, donde siempre se tiene la certeza de que aparecerá un indicio que marque el sobresalto y sonsaque la sonrisa satisfecha. Un hombre como el que volvió amarillentos periódicos aves de la tarde, chicles usados en mariposas de plastilina y a sus hijos muñecos con corazón antiguo, de escaparates inmemorables, donde se guardan todas las cosas que los niños pierden. Quien no sobrevivió al tiempo cuya moral desanda en el exilio dejando a un país huérfano de vida plena, casi botable en el aseo urbano.
Poceta.
Sabes, mi voz derrotada se transforma en cólicos.
Clandestina me recorre, truena a mi cuerpo.
Pugna la denuncia y sólo alcanza a culpar
mi podredumbre.
¡ Ah poceta!, tú que conoces tanto
lo que nadie quiere
y lleva dentro y a veces es.
Tú que sabes de los últimos libros
del precario alimento de los hombres
las borracheras de estos tiempos.
Tú que en esa soledad de sanitario
no le temes al olvido
has vencido el desprecio y soportado el despojo.
Dime poceta, tú que vives tan de
cerca los sueños
como sacar de este desierto una risa
de esta locura una razón
de este país
de ti
Un clavel.
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