Cuando el leñador norteamericano gritó ¡fuera abajo! jamás se imaginó que después de complicadísimos procesos industriales en distintas partes del mundo, los retazos de ese árbol terminarían como desechos en un apartado lugar de la República Bolivariana de Venezuela, en donde unos pintores proletarios como él los compraron para fabricar los marcos en donde colocarían unos lienzos procesados con cola blanca, cenizas y pintura con el fin de expresar ideas de manera colectiva. Nunca, ni los pintores, ni el leñador, ni las hilanderas o hilanderos, ni los carpinteros, ni los fabricadores de moto sierras, ni los mineros, ni los albañiles, ni los fabricantes de clavos, ni los preparadores de pega y pintura, en fin todos los trabajadores y trabajadoras del mundo que participamos en ese largo proceso de dibujar y pintar un cuadro para expresarnos, nos pudimos imaginar qué tan cerca estábamos los unos de los otros.
Muchísimo menos nos podíamos imaginar que después de quince mil años de sometimiento, los pobres nos podíamos juntar para pensar colectivamente tal y como nos estamos convocando en la consigna Vamos juntos a pensarnos, en el Encuentro Filosófico de los Pobres.
Tampoco se pudo imaginar nuestro hermano leñador que en este Caribe cobalto, donde la imaginación se expresa en millones de cerebros como fiebre eterna, él fuera pensado no como un imperialista o capitalista o humanista, sino como un hermano de la nieve, que sufre de la misma dictadura en la cultura capitalista que nos somete por igual. Que en este hoy histórico, iniciado en 1989, por primera vez los pobres nos damos el derecho al pensamiento, y nos lo damos en todo el planeta, porque todos los discursos que nos nombran lo hacen desde el afuera, ningún discurso nace del nosotros, por tanto ningún discurso nos asume fuera del aparato productivo capitalista y sus derivaciones institucionales.
Pero lo que menos nos imaginamos los pobres del mundo, es que la revolución que dará al traste con la cultura del sometimiento desde hace quince mil años, se iniciara en este territorio donde se organiza y convoca al Encuentro Filosófico de los Pobres, una tarea desdeñada por los sabios y acomodados pero para nosotros de muchísima importancia para la historia de la clase en tiempo de revolución.
Somos los pobres invitándonos al pensamiento, sin la cadena del dueño, somos los juntos, que desde 1989 comenzamos a pensar y a escribir sobre el maravilloso hecho de una revolución en la que debemos diluirnos como contradicción, para diseñar y construir una cultura en donde, en definitiva, ya no estemos y los dueños tampoco.
Tampoco nos imaginamos que el Encuentro Flosófico de los Pobres coincidiría con otro hecho importante, el III Congreso Nacional de la Cultura, donde se coloca lo comunal como un concepto a conversar, lo que nos hace suponer que la discusión sobre el arte y la cultura que nos somete dejará de ser un espasmo, comidilla de intelectuales y ministriles, para convertirse en la permanente conversa de un pueblo en revolución.
En estas conversas no encontraremos orillas salvadoras, sino fango, charco, barro, arena movediza, abismo oscuro o luminoso que encandila y enceguece de la pura y simple ignorancia. Obstinación absoluta para pensarse de otra manera. Voz de pobres, por primera vez no quejándonos, no lloriqueando, no pidiendo, no adulando, no escondiendo, ni hablando el doble sentido de la crueldad humorística para espantar el látigo cotidiano; no emitiendo el grito destemplado para superar la ignorancia del no sabernos o imaginando desde la magia para confundir el peligro del hambre.
Somos los pobres ahora en revolución y con el ejemplo vivo en el cuerpo de ese inmenso congénere, ese convivito, ese que se la jugó en las malas y en las buenas con nosotros, ese que por nombre tuvo el nombre de los muertos que nos impusieron los poderosos de afuera para seguir perpetuándose como clase nombrándose en nosotros. Hugo, que de ahora y en adelante tendrás el nombre del movimiento, de lo que no está quieto, de lo que canta y pinta, de lo que suena y corre, de lo que moja y seca. Nombre de cómo se nombre la vida en todos los idiomas y lenguajes de este planeta; cada vez que viaje el agua y el viento, en cada trueno y en cada luz del relámpago, en esos sonidos y esa luz serás nombrado, cada vez que se gima, se gruña, o se grite, estará tu nombre como vida, porque nos enseñaste a saber que existíamos en un territorio que no era visible para los esclavos; que podíamos pensar y planificar como gente. Nos enseñaste que podíamos tratar de tú a tú el afuera, con la fortaleza y convicción del adentro.
Que este encuentro congreso, propuesto por nuestro presidente Nicolás Maduro, nos conduzca definitivamente al abandono del país mina, para dedicarnos en permanencia a soñar, a dibujar, a diseñar, a pensar un país hermano, país pueblo, país solidario, país trabajador para sí mismo, país para mirar de nosotros a nosotros, país de otro andar, de otro abrazo, donde los últimos quinientos y pico de años en la cultura de la tragedia humanística no sean sino el mal recuerdo de una pesadilla.
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