Eso no ha ocurrido muchas veces en nuestra historia. Ocurrió el 6 de julio de 1811. Ocurrió el 5 de diciembre de 1814, a la muerte de José Tomás Boves. Ocurrió en febrero de 1836. Volvió a ocurrir el 23 de enero de 1958. De nuevo estalló el 27 de febrero de 1989. Y finalmente lo hizo el 12 de abril de 2002, no bien el güevón de Carmona (encumbrado por militares, sindicaleros y empresarios, seguidos por una buena cantidad de comemierdas de la "sociedad civil" que salieron a meterle gasolina al caos sin saber para qué los estaban arreando) se calzó a sí mismo la corona de rey de Venezuela.
En todas esas fechas se produjeron situaciones de diverso signo, orientación, causalidad y resultados, pero un ingrediente es común a todas: la figura a quien el pueblo oprimido consideraba autoridad, fuera ésta querida o no, legítima o no, aceptada o no, quedó suprimida (la Corona española en 1811; Boves en 1814; Gómez en el 35 -el estallido fue en el 36, con un blandengue López Contreras que luego se endureció-; Pérez Jiménez en el 58; el Puntofijismo en pleno en el 89, Chávez en 2002), y en ese espacio llamado vacío de poder (¿les suena?) se produce la activación espontánea del pueblo como fuerza constituyente. Porque ojo: de bolas que hubo vacío de poder el 11 de abril, lo que no dice la derecha es que ese vacío se debió a que ellos secuestraron a quien detentaba el poder.
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La derecha, y la izquierda que se cree derecha, seguirá insistiendo en que "los pistoleros de Llaguno" estaban disparándole a la marcha de sifrinos que venía del este. Suficientes testimonios audiovisuales rebaten ese embuste grotesco cocinado por Venevisión y multiplicado por mucho hijo de la gran puta, ese cuyo conjunto llamamos nuestro enemigo. Este año, mis líneas de recordación de la fecha van dedicadas a ellos. A los pistoleros. Y les pongo el nombre que el enemigo quiere encasquetarles. Porque es preciso reivindicar los datos y claves que los aterroriza. Quizá así terminen de entender que estaremos esperándolos, vengan por las buenas o por las malas
No te digo yo
Seguimos creyendo que para derrotar al enemigo tenemos que ser como ellos. Creemos que para desmontarles su constructo de leyes tenemos que ser abogados, y que para mostrar la buena música hecha en estos años hay que buscar al “maestro” Abreu, y que para hacer ciudades socialistas necesitamos arquitectos y urbanistas (burgueses, todos), y que para avanzar hacia una racionalidad alterna necesitamos fundar
“universidades bolivarianas y socialistas”. Y claro: para callar a Ricardo Sánchez hay que buscarse a un Serra que habla igualito a él, es decir, que es su copia pero chavista. Seguimos adorando los valores y la estética burguesa.
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Hablando del Bicentenario. En los bandos que se enfrentaban (patriotas y realistas, según la historia burguesa) había esclavos y sirvientes que no añoraban, porque no sabían qué verga era esa, ni la “independencia” ni la “corona española”. Pero la historia social se las ha arreglado para hacernos creer que había negritos buenos que estaban con Bolívar y negritos malos que querían al Rey. ¿No te digo yo?
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Hay que darle duro a la historia burguesa. No podremos nunca hacer una Revolución, y ni siquiera llevar a cabo la destrucción de lo que existe, si antes no lo destruimos aquí dentro en el cerebro: las nociones impuestas (y tenidas por ciertas) que nos atornillaron en el coco ideas totémicas e intocables como las de patria, historia, familia, instituciones, respeto a los valores, modales, belleza-fealdad, buenas costumbres, supremacía de la ciudad sobre el campo (Doña Bárbara: la ciudad imponiéndose a la barbarie); la cultura, la democracia, la libertad, la felicidad, la relación de pareja, Bolívar. Y por encima de todo ese constructo en descomposición, Dios y el capitalismo.
José Roberto Duque
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